Desde el vibrante acero [Vol. 1]


Padre la guardaba sobre el armario, dónde nosotros no la pudiésemos coger, aunque sí soñar con ella cuando nadie estaba en casa, cuando nadie nos podía ver. Nos gustaba ver como la tocaba, eran canciones sencillas, ritmos poco elaborados, pero pegadizos. Había aprendido de niño por capricho del destino, un buen día le llegó a sus manos y al siguiente ya estaba aprendiendo a tocarla. Siempre le puso interés, aunque jamás el suficiente. Padre no era hombre de complicada vida. Le gustaban las cosas fáciles, sin aventurarse más de lo necesario; odiaba las cosas que le resultasen problemáticas. Solía tocar en el comedor, en verdad, tampoco tenía ningún otro lugar donde hacerlo. Las tardes de domingo eran, en su mayoría, las escogidas. Iba a su habitación, bajaba la guitarra, iba al comedor, la desenfundaba con un cuidado que siempre parecía excesivo, la afinaba con un oído con varias canas y empezaba a acariciarla.

Aquella tarde la dejó fuera, sobre el sofá, conectada al amplificador. Oí como el rojo metalizado de su piel me llamaba. Me fijé en las cuerdas, ansiosas por gritar. La púa estaba sobre la mesa. Padre había ido a hablar con madre, parecía enfadada, así que probablemente iba a tardar. No creí que fuera a pasar nada por cogerla una sola vez. Pero pasó, algo pasó cuando el áspero acero rozó las yemas de mis dedos. Como si un maestro titiritero hubiese tomado posesión de mi cuerpo, de mi voluntad, empezaron a emanar las notas. La guitarra empezó a vomitar versos sobre el aire, recorriendo la habitación y exiliándose por el largo pasillo, salpicando con sones los colores de las paredes, escandalizando los rostros de los cuadros, gimiendo de placer. Y yo era su particular musa. No podía parar, no quería parar. Me sentía como jamás antes me había sentido, tal vez sea eso que la gente llama libertad.

De eso hace ya mucho tiempo. El reloj me robó los recuerdos. A partir de ahí, tan sólo consigo acordarme de mi padre, de pie bajo el umbral de la puerta, con los ojos como platos. Le temblaban las manos. Se acercó a mí, creía que iba a regañarme pero, en vez de eso, me puso la mano sobre la cabeza y sonrió, sonrió como nunca más lo hizo. A los pocos días murió, estaba enfermo, nos contó madre, por eso solían discutir. Nunca quiso que lo supiésemos. Yo era muy pequeño para comprender que estaba ocurriendo, que había ocurrido, que iba a ocurrir. Sobre mi padre...en fin, me dejó su vieja guitarra, con eso me bastaba.

4 comentaris:

Sr. Amarillo ha dit...

Bonito. ¿Influenciado por "la vida" de corazones?

Anònim ha dit...

En absoluto, lo tenía pensado desde hace un par de semanas, sólo que no encontraba las ganas. Por cierto, ¿se sabe algo de la colaboración sergil?

Sergio ha dit...

Esto pinta de puta madre. Se nota hecho con pasión y esfuerzo. Enhorabuena, aquí un fan.

En cuanto a la colaboración, he estado algo desconectado pero este finde me he propuesto escribir algo y mandároslo para que le deis o no el visto bueno.
Por cierto, dadme vuestro mail.....

Anònim ha dit...

Nacho los tiene, pero, por si las moscas, andresito_hotaru@hotmail.com y lorenzpit@msn.com