La novelística ficción.

Frecuente, por su insistente tono inocente, su asistente permanente, es verse enfrentado, sino confrontado, con quienes exhuman a los literatos e inhuman sus sonetos, quienes apilan sobre su estante, realmente a ellos distante, una constante resistente, cualquier instante elegante e inteligente por mera voracidad volviendo mendicidad tanta veracidad, volviéndose ellos, por tanto, pura mendacidad. Con quienes rasgan el verso, quienes desagarran la prosa, quienes desalman al autor. Con quienes leen pero no entienden ni comprenden.

Cómo comprenderán quienes engullen y no digieren a Blanchot cuando dice:

Quien atraviesa el verso escapa al ser como certeza, encuentra la ausencia de los dioses, vive en la intimidad de esa ausencia, se convierta en responsable, asume su riesgo, soporta su favor.

—M. Blanchot

Cómo comprenderán qué es encontrarse frente a uno mismo.

Deberían entregarse a las novelas caballerescas, a las heroicas, a las meramente dramáticas, románticas o cómicas. Aunque algo descontextualizada, y por ello traicionada, la cita siguiente muestra, si se contextualiza la crítica al presente, la novelística ficción de nuestros días:

El conocido herborista Montano escribe acerca de las populares novelas de caballería, calificándolas de <<monstruos, hijos de la estupidez, excremento e inmundicia reunidos para destruir la época>>. Muchos críticos españoles del siglo XVI consideraron la lectura de obras de ficción una ocupación literalmente descerebrada, carente de sentido, comparable según De Vallés, con los deseos de una mujer de ponerse elegante; una frivolidad banal, a la vez que antinatural.

—Jack Goody

Deberían éstos escaparse de las estoicas obras filosóficas y acurrucarse en esa ficción sin convicción ni ninguna motivación por la redacción de una ficción veraz y mordaz, de una narrativa descriptiva de la realidad que pudiera ser, perfectamente, pura falsedad. El mayor peligro de la ficción no es el autor, sino el lector.

El autor es preso de su voz de cantor, como el pintor de su color o el escultor de su escultura, de esa voz que puede volverse cultura, no tanto por el autor como por el lector.

La buena ficción posee un constructo estructural conceptual filosófico, consciente o inconscientemente, es el extracto de un pensamiento existencial, existencial en tanto que se traba en la ciencia de la conciencia de la existencia. Desde El Buscón de Quevedo hasta el Fausto de Goethe, desde el Sueño de una noche de verano de Shakespeare hasta La metamorfosis de Kafka. Ya esté pintada la obra con lo trágico, con lo romántico o con lo cómico, sustenta en su asta el sentimiento de ser, sentir y existir. Y antes que escritores o pensadores son artistas los grandes novelistas: pulen las aristas, redondean las esquinas, agrandan los personajes, envilecen los villanos, divinizan lo mundano, preparan brebajes con palabras como las brujas con hechizos, maleficios y sortilegios, y, antes de terminar el cuento o el relato, ya eres presa del contagio del encantamiento mágico y lírico, poético. De poco sirve la poesía sin filosofía, o la filosofía sin poesía. Sin poesía el relato está a merced del lector, sin filosofía el cuento está lejos de ser relato. Porque el estilo es quien te mantiene en vilo, con quien se goza cuando te roza, quien vierte susurro y murmuro sigilosamente en la conciencia. Es una caricia ponzoñosa, una sonrisa erótica, una seducción retórica, la afable invocación de lo inimaginable.

¿Dónde está, hoy, la sutileza de la rudeza de Hemingway? ¿La rítmica poética de Shakespeare? ¿Dónde la lira sátira de Quevedo? ¿Dónde el dramático verso romántico de Bécquer o ese canto del esperpento de Del Valle Inclán? Perdidos en las fauces de los devoradores, quienes dicen conocerles, peor incluso, quienes dicen imitarles.

Hay quienes siguen la estela tras su esquela, pero son tan pocos que temo no perduren un invierno más. La ficción, en narración o descripción, o se vende al caballero Don Dinero, o se rinde a la facticidad de su vacuidad.

1 comentari:

manuel ha dit...

Leí hace poco Luces de Bohemia, de Valle-Inclán, me pareció increiblemente bueno y el hecho de que muriera en la inmundicia me llevo a una reflexión digna del tópico "ubi sunt" y concluí que los escritores de ficción actuales lo único que les mueve es la pasta gansa y el éxito efímero, y aunque quizás haya una ficción buena, no la estamos viendo.