Capítulo 5: Silencio en el vacío.

No guardaba el temor ningún pudor al dibujarse en los rostros de aquellos que pronto, si no ya, se volverían los otros para sí mismos, mientras Susana, como un cuervo al lado de la campana portando el tramo de un ramo de olivo en su pico de apocalíptico cántico, les observaba.

— ¿De quién ha sido ese grito?

— Querido Ricardo, ¿no tienes recuerdo de la hoz de voz de con quienes yaces?

— ¿Dónde está Adrián? — Susurró si no murmuró.

— ¡Nuria!, patria de Adrián, paria cualquiera, ¿dolían, quizá, demasiado los gritos para no reconocerlos?

— ¡Ya basta Susana, nos estás asustando, ¿qué ha pasado?!

— ¿Susana?... yo no soy Susana.

Y entonces silencio.

— Veo que la noticia cae en ignorancia. Desconfía la conciencia de cuanto creía que conocía con ciencia, con experiencia, y es entonces cuando la filosofía hace su ciencia. Y en ese y este alrededor de terror es momento de conocer al dolor. — Más silencio en un mar ya lleno de vacío —. Habéis sido acusados, habéis sido juzgados y habéis sido condenados; queda ser castigados. Mas soy benevolente e indulgente, quizá por ello inocente. Os daré una última oportunidad de redimiros hacia la redención…

Interrumpió entonces una llamada a un teléfono que sonaba desde las paredes de la mansión.

— Marion, querida, la llamada debe ser atendida. Te dejo el resto, no sin cierto enojo ciertamente por perderme tanto… congojo. Vamos Sara.

Ambas se marcharon mientras los demás miraban a Marion interrogativos, incrédulos y asustados.

— Marion… ¿dónde está Adrián?

— Adrián está dónde debe estar, él ya ha conocido el Fuego Blanco.

— ¿Fuego Blanco?

— ¿De qué va todo esto?

— Susana os ha reunido aquí para vivir o morir, lo cual depende sólo de vosotros. En la mansión encontraréis algunas puertas abiertas y otras no; unas deben seguir así, otras no, y otras las dos cosas. El juego trata de saber cuáles son cuáles. No puedo decir más, pero os aconsejo que penséis en quien está a vuestro lado y en quién, hoy, no ha sido invitado. Quizá esos vengan otro día, quién sabe. Eso depende de Susana. No os molestéis en tratar de volver por donde habéis venido. Y recordad que estas paredes son el hogar del Fuego Blanco. Tenéis hasta la medianoche.

Dicho lo dicho, se marchó.