Padre estaba sentado junto a la ventana, en un sillón de cuero verde oscuro, mirando la nada entre sus cortinas mientras observaba en ella su propio reflejo. Un vaso de whisky sostenido en su diestra veía como se derretían dos piezas de hielo y un puro entre sus rojos labios gordos ahumaba gruesos hilos plateados. Estaba solo. Le enfoqué con el cañón del revólver apuntando a su boca oculta entre una barba áspera y ruda.
—No creo que quieras hacer eso. —dijo.
—Soy capaz.
—Eso no lo dudo. Dudo de que quieras hacerlo. Vamos siéntate, te estaba esperando — vacilé —. Si te quisiera muerto ya lo estarías.
Tenía razón. Podía haberme matado cuando hubiese querido, en cualquier instante. Malone podía haberme metido una bala entre ceja y ceja sin ningún problema. La situación me sobrepasaba de nuevo y él volvía a tener el control. Me senté lentamente en el otro sillón de cuerdo verde oscuro, sin dirigirle la mirada mientras él la clavaba en mí, como a un niño, aún empuñando el revólver, manteniendo las distancias pero sin apuntar a ningún lugar.
—Tengo un trabajo para ti, el último.
—Ya no trabaja para ti.
Dejó recostado el puro entre sus dedos mientras bebía de un trago lo que quedaba de whisky. Luego dejó el vaso vacío sobre la mesita de su izquierda.
—Al parecer Aurora hizo muy bien su trabajo. ¿Sabes por qué falló aquel disparo?
—Me lo pregunto todos los días.
—Yo se lo ordené. Estaba al tanto de vuestro plan. De hecho, fui yo quién lo planeó.
—¿De qué estás hablando?
Sonó el teléfono.
—Sí, ya podéis venir. Os estará esperando.
—¡No me ignores, ¿de qué estás hablando?! —grité mientras colgaba.
—Hijo mío, pronto tendrás que legarme, yo ya soy demasiado viejo. En nuestro oficio, en la calle, lo más importante son las apariencias. Tú eras demasiado ingenuo, demasiado niño para llevar el nombre de Mahoney y comprender lo que significa. En nuestra familia, las traiciones se sientan en la mesa todos los días. Debías hacer una y sufrir otra para poder sentarte a su cabeza. Extorsionar, robar, disparar, asesinar… simples tonterías. La traición es la que hace al hombre.
—¿Me estás diciendo que me engañasteis todo el tiempo? ¡¿Los dos?! ¿Qué me dejaste…
—Soy tu padre —interrumpió—, recuerda. Como padre debo proteger a mi hijo, a cualquier precio. Sobre todo, como te he dicho, en nuestra familia, y en nuestros tiempos.
Ambos nos quedamos observando nuestro propio reflejo dibujado en nuestro iris.
—Darmody está en casa de Aurora, el muy imbécil cree que es su amante. Sabía que con la traición de mi hijo Darmody se animaría para salir fuera de su sucia cloaca y tratar de hacerse con tu legado. Ha estado detrás de nuestro apellido desde que llegó, pero ya ha dejado de ser productivo. Le di todo lo que pedía y me aparte para no asustarle, incluso a Aurora, quién se quedó con él para controlarle mejor.
—¿Cómo sé que dices la verdad? ¿Cómo sé que no me engañas de nuevo?
—La verdad no la sabes, ni podrás saberla aunque esté delante de ti. Sólo puedes querer que sea ella, o no quererla, y confiar en eso. Cómo querías a Aurora. —Silencio—. Y ahora levántate, Malone y Aurora te esperan.
El Cuco marcó en el reloj el fin de la hora.
2 comentaris:
Fantástico. Veré que puedo hacer.
Me ha gustado bastante más que tu anterior entrega, la que inició la historia. Es mucho más dinámica. Muy bueno!
Publica un comentari a l'entrada