Desde la ventana Sara observaba la luna en el averno del firmamento que es su camino, con el rostro blanquecino, casi platino, de fino lino; el lirio de vidrio broche de la noche alumbrando el castaño del jardín a cuyo alrededor crecía jazmín, al Señor del Antaño, el castaño que en otoño ve traidor roedor al ruiseñor cantor. El castaño, de corteza arrugada arraigada en la edad, raído y enraizado, roído y enranciado. En recta loma reta a las rocas del manto palpitante, de ronco tronco roto por un rayo en él enterrado con canto tronante, dejándole un torrente de cicatrices perennes. Desazón de desolación, canción del corazón. Contempló entonces sus manos. Y en sus manos la grafía del tiempo, la caligrafía del mundo, el purpúreo frío aliento de su sentimiento y el helado legado del viento llegado desde Mileto.
Perdurará en el susurro de su murmuro como el beso en el verso, perdurará, preso e ileso, en el rezo.
— Querida, olvida el castaño.
— ¿Puedes tú dejar el antaño como el retoño de cualquier otoño?
— Yo sí. Susana no.
— Susana… la echo en falta.
— Yo también.
2 comentaris:
Por consecuencias circunstanciales reemplazo a Lucía en este turno. Sigue Andrés y ya ronda nueva.
Lo siento, señores. Esta vez no he podido, pero no fallaré a la próxima.
Buena entrega, buen hombre
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